Calle Londres by Samantha Young

Calle Londres by Samantha Young

autor:Samantha Young [Young, Samantha]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Erótico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-05-07T04:00:00+00:00


16

Cuando Cam entrelazó sus dedos con los míos y se llevó mis nudillos a la boca, había ahí cierta sensación de irrealidad. El suave roce en mi piel era como un saludo, y se me ponía la carne de gallina en todo el cuerpo para responderle «hola». Me acompañó escaleras arriba hasta mi piso, y todo el rato que lo estuve contemplando con un asombro surrealista, bajo mis pies los peldaños de hormigón eran como nubes de malvavisco. ¿Cómo es que el sexo no tenía en mí un efecto «rosa» pero ese acto arbitrario de ir cogidos de la mano sí?

Por un momento, la belleza de la situación hizo que me olvidara de adónde me acompañaba Cam.

Mamá.

Fiona estaba sentada viendo la televisión. En cuanto oí el sonido apagado de voces llegando al pasillo desde el salón, se me tensó todo el cuerpo al reparar en que Cam volvería a estar cara a cara con ella; la primera había sido la noche en que me había quedado en casa de Malcolm y él había echado una mano a Cole.

Yupi.

Cam, que pareció interpretar mi lenguaje corporal, me puso una tranquilizadora mano en la parte inferior de la espalda y me guió hacia delante.

Mamá estaba repantingada en el sillón con su bata raída y el ralo pelo mojado. Con gran sorpresa mía, me di cuenta de que se había duchado sin que mediara mi insistencia. Sujetaba en la mano un tazón caliente, que tembló al acercárselo a los labios, mirándonos mientras íbamos entrando.

—Mamá. —Le dirigí un saludo frágil, y Cam deslizó la mano alrededor de mi cintura, el fuerte brazo arrimándome a su lado.

Los ojos de mi madre se abrieron ligeramente, es decir, no se le había pasado por alto el deliberado movimiento.

—¿Has estado antes aquí? —Lo preguntó en voz baja, con afable curiosidad pero sin acusar a nadie, como había supuesto yo. Se había olvidado de Cam y de su presencia aquella espantosa noche, sin duda.

—Cameron MacCabe. —Cam saludó con cierta brusquedad y me dio un toquecito.

Mamá farfulló algo entre dientes, y clavó en mí sus ojos inyectados en sangre.

—Esta mañana aquí no había nadie.

Arrimándome más a Cam, con la mano agarrándole el faldón de la camisa como si fuera una niña, asentí de nuevo.

—Cole ha dormido en casa de Jamie.

—Me he caído. —Frunció la boca—. Me he caído. La espalda me está matando. No había nadie que pudiera ayudarme. Si tú vas a estar callejeando por ahí, al menos ese pequeño cabrón debería estar aquí para ayudar.

El insulto a mi hermano fue como un rodillo deslizándose por mi columna vertebral. Me enderecé bruscamente y me aparté un poco de Cam. La miré entrecerrando los ojos y traté de neutralizar el dolor del pecho: el dolor que sentía cada vez que ella hacía o decía algo tan egoísta y cruel, tan carente de afecto parental.

—¿No te sirve la ginebra, mamá? Qué raro, con todo lo demás sí que parece surtir efecto.

Las duras facciones de sus mejillas estaban salpicadas de venas visiblemente rotas, y el escaso color que conservaban desapareció del todo ante mi comentario.



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